Sonetos I al V del libro póstumo de Daniel Elías.
I
Elogiemos al sol, cuya alegría
hasta el
alma se infiltra, y cuya clara
lumbre
sazona los trigales, para
que tengamos
el pan de cada día.
Encomiemos la fresca epifanía
de la aurora
gentil, que nos prepara
el azul
matinal con que se aclara
la
perspectiva de la lejanía.
Querrámosle y cantémosle con toda
nuestra
sinceridad. Vaya la oda
hasta su
trono mismo, y cada verso
se carbonice
en su fulgor dorado
como un
insecto mísero quemado
en la
hoguera vital del universo.
II
Un alocado sol de primavera
a mi recinto
por entrar se afana,
y ríe en el
cristal de la ventana
con su
dorada risa mañanera.
Sus fulgores perforan la vidriera
y vienen,
perfumados de besana,
trayéndome
el añil de la mañana
en el ala
sutil de una quimera.
Se largan a volar mis alegrías
en derredor
del sol, como teorías
rodeando en
torno de un sagrado mito.
Tiendo la vista a la extensión serena
en que vibra
el trigal, y a boca llena
bebo en
sorbos de luz el Infinito.
III
El diligente día, en su sereno
trajín, por
la amplitud se desparrama,
regalando el
exceso de su llama
como un
rentista inteligente y bueno.
Dora el almiar en que se tuesta el heno
agita en la
arboleda un pentagrama,
y a lo largo
del vasto panorama
entibia el
surco de esperanzas lleno.
Asiste a la labor de la batea
en que la espuma
del jabón blanquea
con su
alegría burbujeante y franca,
y cuelga un
haz en el cordel tirante
donde
tiembla nerviosa y ondulante
la rosa
limpia de la ropa blanca.
IV
Lució la aurora su plumaje fino
como un
gallo solar que abre las alas,
y trizó una
calandria entre los talas
el cristal
milagroso de su trino.
Lentamente el paisaje campesino
se fué
aclarando en primorosas galas,
y una
hidráulica rueda con sus palas
molió el
azul del cielo cristalino.
Blanca y de blanco, en allegarte al tambo
el céfiro te
dijo un ditirambo;
y al
sentarte indolente en aquel poyo
que la
ocasión brindó para tu gracia,
semejó tu
delgada aristocracia
un amplio
sueño de reciente apoyo.
V
Brilla la reja del arado. El suelo
Recién
herido, exhala sus aromas
sutiles de
humedad. Puntos y comas
la luz
escribe sobre el arroyuelo.
Flamea allá a lo lejos el pañuelo
de un
reciente cordero entre las lomas,
como si
despidiese a las palomas
que raudas
surcan el azul del cielo.
Un semental nervioso, con su aguda
clarinada
metálica saluda
la
circundante inmensidad bravía:
un relincho
rotundo y desafiante
como si
fuera un atrevido guante
arrojado a
la faz del claro día.
___________
Elías, Daniel; Las alegrías del sol. Obras póstumas editadas por la Asociación Cultura. Concepción del Uruguay, 1929
Hola.. está muy bueno el blog y su trabajo. Gracias.
ResponderEliminar