El
universo del escritor. Región y paisaje.
En más de una ocasión nos hemos
preguntado qué es lo que podemos considerar como el universo del escritor, ya
sea poeta o prosista. ¿Es todo el ámbito en que se desenvuelve?, ¿es el paisaje
–en el amplio sentido de la palabra- que contempla? ¿Es el mundo que lo rodea?,
¿Es el espacio en el cual él se considera inmerso? Y así podríamos continuar
formulándonos una cantidad de preguntas.
Pero también debemos considerar que
cada escritor como tal constituye una individualidad, por lo tanto comparable
pero no igualable, de allí nuestra creencia, aún en el riesgo de equivocarnos,
que el universo de cada escritor está en sí mismo y la dimensión y el alcance
que ese escritor quiera darle, están dados por la capacidad de creación que él
posea.
Es cuando el escritor penetra en el
paisaje literario, que lo hace suyo y para ese instante consideramos acertadas
las expresiones del Prof. Miguel A. Andreetto:
“Cuando más se aleje de toda
copia servil del parto fecundo de la Naturaleza, mayor número de posibilidades
avizorará el escritor para conseguir su mira artística. Mensaje espiritual suyo
es calar con incisión en el conocimiento íntimo -¿o último?- del mundo que se
propone describir; y medio expresivo, la pintura animada y espontánea. Un mismo
paisaje artístico puede dar lugar a impresiones divergentes, a distintas
creaciones. Paisajes y costumbres son los elementos ponderables y de firme
fuerza creadora; llegan al colorido y apresan la psicología de un país”[1]
Debe producirse entonces esa mágica
interacción de que el paisaje atrape al escritor y a su vez el escritor atrape
al paisaje, no importa en que orden pero si que se produzca la circunstancia,
para que se realice en una total inmersión dimensional y como dice José Luis
Vittori:
“Estas dimensiones mítica y
simbólica obran como un nexo de la conciencie individual con la memoria
colectiva, y compensan espontáneamente la imposibilidad del dominio total de
los materiales y del conocimiento total de la vida y del propio impulso
creador, suministrando los nexos insólitos de una lógica fantástica ante los
asombros, perplejidades, ignorancias, conjeturas, enigmas, imprevistos o
manifestaciones accidentales de la relación hombre-mundo.”[2]
La auténtica creación es una fiebre que atrapa al creador
y éste llega a comprender que su única posibilidad de “curarse” es terminar su
obra. Hay un deslizamiento de lo universal hacia lo particular, para cobrar
nuevas fuerzas que realicen después la proyección definitiva de retorno hacia
lo universal.
Daniel
Elías y su región literaria
No es aventurado asegurar que dentro
de las características que le son propias a cada región de nuestro país, Entre
Ríos sea una de las que mejor tenga definido su perfil, el mismo Vittori al
manifestar:
“Así, la región literaria se
perfila como un ámbito agreste donde el paisaje, las distancias, la vegetación,
los animales, los ríos y hasta el silencio, todo, es excesivo y, por momentos,
descomunal; apropiado para una vida recia y a costumbres primitivas…”[3]
contribuye a
definir con toda propiedad este ámbito “entre ríos” que con toda justicia se
llama realmente Entre Ríos.
Daniel Elías fue “tocado” con la
varita mágica como uno de los grandes de la poesía entrerriana, “mamó” desde
chico ese entorno que se convertirá en una constante en su producción poética.
Luis Sadí Grosso que “descubrió” a
Daniel Elías en su época de estudiante –según nos lo manifestó-, al hallar
algunos de sus poemas en una antología preparada por Borges y Henriquez Ureña[4]
dice con todo acierto:
“…fue el primero que me hizo
sentir la presencia del paisaje. Y creí observar y verificar que a partir de
él, el paisaje entra decididamente y se desarrolla en la poemática entrerriana
posterior. Cuando se lo comienza a leer, se siente la poderosa cercanía del
uruguayo Herrera y Reissig, pero tan grande influencia no ha alcanzado a través
de los tiempos para anularlo, porque Daniel Elías estuvo dotado de un
misterioso tono muy peculiar que lo salvó. No sé si algún agudísimo análisis
estilístico podría llegar a determinar cuáles son los imponderables que lo
salvan. Otro detalle que por primera vez percibí y entendí, gracias a este
poeta, fue el sentido ecológico, el ámbito de égloga, como si él me hubiera
traducido ese misterio de la naturaleza de los clásicos.”[5]
A ello hay que agregar el concepto
de otro estudioso, el Prof. Eduardo Brizuela Aybar, que así ubica al poeta:
“Elías, que literalmente era un
paisajista de garra, encontró que su tierra no puede decirse en poco
totalmente. Entre Ríos es un paisaje problemático. Bajo sus monotonías
aparentes de verde y celeste nada se repite y una luz brillante y pulida
recompone con magia los infinitos componentes. Ha de irse a los detalles. Así
lo hizo Elías yendo a los detalles menudos y experimentando literariamente con
planos y perspectivas. De allí la variedad de poemas que insisten en los
riquísimos matices del verde y del sol en los verdes.”[6]
Coincidentes también con tales
afirmaciones encontramos las palabras de su copoblana Ana Etchegoyen:
“Todo el paisaje
entrerriano entra en su alma y queda allí para siempre. Conoce bien el de las
cuchillas verdes de suaves ondulaciones, de los arroyos limpios, de los ríos
claros, de los cielos abiertos. Honda es esa huella en su poesía, como que la fue
viviendo en los años putos de la infancia y los inquietos de la adolescencia”….
Y añade más
adelante la misma autora:
“Ama el terruño y
reverencia a la naturaleza. Canta alabando y, hasta las cosas más nimias
reciben su expresión de elogio. Hay vida, color y sabor en sus versos realistas.”[7]
Y antes de pasar a ubicar a Daniel
Elías dentro del modernismo, queremos transcribir algunas consideraciones que
sobre él ha hecho uno de sus principales biógrafos, el Prof. Julio C.
Pedrazzoli:
“Su poesía es optimista y alegre,
y hasta la excepción de algunas incursiones por lo épico y tradicional en tono
reminiscente, confirma que su verdadero espíritu poético cede y se encuentra
incómodo cuando se aparta de su optimismo casi arrebatado a veces. Y no podrá
reprochársele, aún en postura de hombre de “élite pensante”, la falta de
angustia por su tiempo. Y no podrá reprochársele, porque fue fiel a su don para
mirar la luz clara y cenital, su amor por la naturaleza en su plenitud. Hubiera
sido falso en él un refugiarse en profundidades intimistas en procura de
mostrar recovecos que no había en su alma. Fue poéticamente leal consigo mismo.
Cosa que no es fácil. Para llegar a esa lealtad es menester recorrer largos y
empinados caminos y estar de regreso purificado e íntegro. Sin duda conocía el
secreto de su andar claro y alegre por los campos de su lirismo. Se llevó el
secreto, pero nos dejó su realidad poética. Y eso es más que algo.”[8]
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en Daniel Elías. El
poeta del sol. Premio Literario Anual Fray Mocho Ensayo 1985, 2da. Mención.
Editorial de Entre Ríos. Paraná:1993
[1] Andreeetto,
Miguel Angel, De literatura regional,
Ed. Castellví, Santa Fe, 1965
[2] Vittori,
José Luis, Literatura y región, Ed.
Colmegna, Santa Fe, 1986
[3] Vittori,
José Luis, Obra citada
[4] Borges,
Jorge L. y Henriquez Ureña, Pedro, Antologñia
clásica de la Literatura Argentina, Ed. Kapelusz, Buenos Aires, 1973
[5] Grosso,
Luis S., Una sucesión poemática
entrerriana, Pub. en “Muestra Literaria de Entre Ríos”, Ed. de la Dirección
de Cultura de Entre Ríos, Paraná, 1985
[6] Brizuela
Aybar, Eduardo, El Poeta de las Alegrías
del Sol, Pub. en “La Prensa”, Buenos Aires, 4 de julio de 1954
[7] Etchegoyen,
Ana, Daniel Elías: Poeta nativista,
Pub. en “La Prensa”, Buenos Aires, 1966.
[8] Pedrazzoli,
Julio C., Liricos entrerrianos, Ed.
Castellví, Col. Ensayos Nº 13, Santa Fe, 1959.
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