I
Solar de los
matreros
que tienes
en el alma
un andrajo
de poncho
y un astilla
de lanza:
la cuchilla
y el monte
todavía
resguardan
viejas cosas
que quieren marcharse de la tierra
yo no sé por
qué rutas ignoradas.
Para los que
llevamos en la sangre
los huraños
motivos de la raza,
el pasado
está vivo como nunca
y el agrio
numen de los bosques habla.
Para las
gentes nuevas
tal vez n
diga nada
la musa que
se ajusta los cabellos
con vincha
colorada
y que en vez
de una túnica de seda
viste un
ropaje tosco de zaraza.
Tierra que
se amansó trágicamente
y rindió sus
tacuaras
que la
bravía tradición lavaron
sirviendo de
picanas…
Mientras la
selva se abre,
el cielo
azul de las llanuras baja
con los
linos que vistos desde lejos
fingen
lagunas de dormidas aguas;
pero el
zorzal nativo permanece
fiel al
recuerdo de la edad pasada
y a modo de
un alivio quejumbroso
en la agonía
de la selva canta.
II
Como hay
ceniza de héroes
en los
terrores de las sendas ásperas,
brotan a
veces sobre la llanura
pequeñas
margaritas encarnadas.
Y cuando el
fuerte ventarrón se azota
contra los
algarrobos y los talas,
la soledad
se llena
de conmoción
extraña,
y por el
campo azul de las visiones
pasa Jordán
con las falanges blancas.
Arde el rojo
crepúsculo siniestro
como una
quemazón a la distancia.
Todas las
tardes la leyenda vuelve
como si en
ese resplandor hallara
algo de los
fogones legendarios
que
extinguieron sus brasas.
Y aunque los
hombres mueren
y aunque las
cosas cambian,
y nuevas
inquietudes nos absorben
y nuevos
ideales nos arrastran,
la patria
chica guardará por siempre
en el fondo
de su alma
la tela
burda del antiguo poncho
y el
guayacán quebrado de la lanza.
III
Árbol
nativo: préstanos tu sombra,
dános la
fortaleza de tu savia
para que el
tiempo nuevo nos encuentre
dignos de
otra patriada.
Hoy viene a
sollozar sobre tu copa
que al cielo
tiende las floridas ramas
en una gran
aspiración de cielo,
el dolor de
las últimas calandrias.
Nos
abrazamos a tu tronco erguido
como el
orgullo de la estirpre brava
que ayer fué
un heroísmo en la pelea
y hoy es un
heroísmo que trabaja.
Y contra el
viento de ultramar que llega
de las
distantes urbes afiebradas,
desatarás tu
viento formidable
cuyas
tremendas rachas
les dirán
como rugen tus jaguares
y de qué
modo tus jilgueros cantan.
Árbol nativo: préstanos tu sombra,
dános la
fortaleza de tu savia!
IV
Tierra donde
mi cuna se meciera
a la sombra
del seibo florecido
y en la que
vuelvo a reconstruir el nido
feliz y tibio
de la edad primera:
curado ya de
su inquietud viajera
en ti mi
corazón ha revivido
y aunque sin
tregua el sinsabor le ha herido
canta y se
alegra en tu dichosa vera.
Vuelven de
sus románticas andanzas
todos mis
sueños y mis esperanzas
que
destrozar la adversidad no pudo.
Y el alma
viene, en oblación suprema,
a deshojar
la flor de su poema
sobre el
metal sin mancha de tu escudo.
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en Saraví,
Guillermo, Numen Montaraz, Imprenta
López. Buenos Aires:1928
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