Algunos poemas de Saravì incluidos en el tomo compilado por un grupo de amigos en 1925: "Hierro, Seda y Cristal".
Transmigración
I
Como un jirón de tragedia
llevo en el alma vencida
todo el dolor de mi vida
y el asco de su comedia.
Eternamente me asedia
una visión inquerida
y soy la sombra perdida
de un juglar de la Edad Media.
A veces entre mis manos
como diamantes divinos
tiemblan los astros lejanos,
y en mis sueños peregrinos
hay balcones florentinos
y nocturnos venecianos.
II
Allá en un tiempo distante,
no sé en qué tierra ignorada,
tuve rodela y espada
y fuí caballero andante…
O fuí monje mendicante
de una orden olvidada,
que hizo una absurda jornada
hacia los cielos de Dante…
Pero ahora sólo sé
que en el gótico interior
donde mis sueños até,
monje, juglar o señor,
vengo a quemarme en tu amor
para morir en mi fe.
Hierro, Seda y Cristal
El
hierro de las armas, la seda de mi manto,
el
cáliz a la vera del sagrado misal…
Alternan
en mi vida rebeldía y quebranto,
pero
por sobre todo florece el ideal.
Así
entraña el absurdo sentido de mi canto
una
mezcla de hierro, de seda y de cristal.
El buque trágico
Mi
alma es un buque trágico joyado de secretos,
Corsario
ya deshecho que se hunde en el confín
Llevándose
una carga de blancos esqueletos
Entre
los áureos cofres de un antiguo botín.
Lunas
maravillosas alumbran su deforme
velamen,
con que juegan los vientos, al azar,
y
va sobre las olas como la sombra enorme
de
un gran pájaro herido que se arrastra en el mar.
No
podrán abordarlo… Un círculo terrible
en
torno suyo estrecha por siempre el imposible
y
en las tinieblas se hunde su tétrica visión…
Y
es fama que en las noches más azules y bellas,
han
visto bajo el tenue fulgor de las estrellas
una
espantosa imagen, de pie, junto al timón.
Profesión de Fé
Con
un poco de ilusión
y
de lirismo, señora,
calmo
la desolación
de
mi pobre corazón
que
silencia su dolora.
No
hallan mis pies otra alfombra
que
la del yermo maldito,
y
ya el dolor ni me asombra…
En
este abismo de sombra
ser
águila es un delito.
Pero
yo elevo mi frente
contra
mi propio pesar,
y
en el mal que me resiente
mis
manos de combatiente
no
saben acariciar.
Bajo
el azote imprevisto
del
destino siempre fiero,
lleno
de entereza insisto
con
humildades de Cristo
y
orgullos de mosquetero.
No
me doy nunca mohíno
a
llorar bajo este azote,
que
aunque sea adverso el destino
no
es más que un triste molino
para
mí que soy Quijote.
Me
ungió en su gracia celeste
la
beatitud estelar,
y
no hay dolor que más cueste
ni
que más me duela que este
dolor
sin fin de soñar.
Mis
hermanos nada ven,
triunfa
el eterno redil,
y
hasta el más lánguido amén
nos
deja sin somatén
en
la Torre de Marfil.
En
un olímpico estruendo
naufraga
nuestro arrebol,
y
en su naufragio tremendo
con
él nos vamos hundiendo
los
Nazarenos del Sol…
Y
si ya mi corazón
ni
se estremece ni llora,
es
porque en su inmolación
hay
un poco de ilusión
y
de lirismo, señora.
1917.
en Hierro, Seda y Cristal, Librería de Juan Roldán y Cia. Buenos
Aires:1925
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