lunes, 1 de julio de 2013

Algunas expresiones de la poesía entrerriana última / Juan L. Ortiz



Quietud, Cesareo Quiros

Al considerar la poesía entrerriana en general ciertos jóvenes críticos que no conocían de ella sino algunas muestras más o menos recientes han hablado de monotonía en razón de que la nota paisajística se repite en esta poesía demasiado. Y contra el paisaje como estimulante espiritual venían luego unas palabras de Válery. Como si un mal momento le hubiera impedido a éste comunicar tantas veces con el mundo y darnos de este mundo, de su mundo, sobre todo del ambiente mediterráneo que llevaba en la sangre, las imágenes precisas y sutiles que conocemos… Pero Válery aludió al hastío de las cosas cuando el alma se cierra, o a cierto cansancio estético en la relación con las cosas. Y el paisaje no es eso: el paisaje es, ya se sabe, un estado de alma para otro estado de alma. El que se cree más monótono o más desapacible puede así tocarnos cuando aparecen determinadas relaciones entre él y nosotros, cuando nuestra alma precisamente ha perdido sus límites. El paisaje es una relación. Perdón por estas cosas tan archiconocidas. Pero es monótona en verdad toda la poesía entrerriana? Nos limitaremos a la que está más cerca de nosotros. En la relativamente más alejada, desde Andrade hasta Chabrillón y Elías, y siempre que la estimemos como poesía, podría notarse, sí, una reiteración del tono épico, pero también está Gervasio Méndez, está Palma, líricos, si se quiere, y ubicándolo allí, está asimismo Fernández Espiro, no muy constante en la entonación pindárica. Dicho tono, por otro lado, respondía a los recuerdos latentes y a veces sangrantes de las luchas libradas por Entre Ríos para defender su autonomía y acaso significaba un lejano eco del altivo sentimiento indígena –el del minuan y el charrúa- ante el conquistador blanco. Y persistió, es verdad, cuando la realidad social y política de la provincia había cambiado. Persistió hasta en Elías, quien, por otra parte, aligeró el énfasis ya tradicional, lo coloreó de aristocracia y bizarría, muchas veces, pero no pudo desprenderse totalmente de él, no sabemos si porque pesaba demasiado la oratoria o si porque las leyendas del valor que le habían nutrido en el Montiel natal venían demasiado confundidas con cierta épica ampulosa. Él tuvo el mérito, no obstante, de dar como legalidad a un “modernismo” bastante decorativo, es cierto, que le llega muy visiblemente el influjo de Herrera y Reissing, pero a través del cual entraba un poco de aire fresco entre tanta montonera y tanta lanza de tacuara. Tímidas voces, luego, recogieron el claro mensaje, pero sostenidas por una vocación privada de heroísmo y la fuerza que el ambiente exigía, hubieron de apagarse pronto hacia un silencio que para algunos fue fatal. Los típicos del coraje histórico resurgieron de nuevo y los nombres que los utilizaban: Panizza y Saraví, con dones rítmicos –en el sentido tradicional- innegables y algunos aciertos de expresión, se presentaban como los únicos representantes de la poesía entrerriana mientras ya habían aparecido Tierra amanecida y Villanueva ensayaba su canto.
            Pero ya Chabrillón había dado bastante tiempo antes una nota casi íntima o de una melancolía florecida o trashumante que iba madurando, con algunas anticipaciones técnicas que los ultraístas señalaron después. Su influencia, sin embargo, no se hizo mayormente sentir en la poesía del momento.
            La realidad social y policía de la provincia había cambiado, hemos dicho. Ello con respecto a la que determinó en gran parte las luchas de los caudillos. La oligarquía ganadera del norte y del sur estaba asentada. Algunas industrias menores apuntaban. La agricultura conocía una hora más o menos feliz. El lino azulaba casi los campos. La poesía que nacía entonces supo mirar, fue fiel a esta realidad sin negarse. Lo había sido ya en algunos momentos de Elías pero en un tono no muy convincente. Lo fue también en brevísimos instantes de Saraví aunque sobre el fondo fatal del monte arisco al que se confiaba un resentimiento que se compaginaba muy bien por otro lado con algunas seguridades de la nueva situación. Estamos con Tierra amanecida de Mastronardi y estamos con Versos para la oreja de Amaro Villanueva. Si se nos llevara a caracterizar la poesía que arranca desde esta fecha diríamos que ella, con las excepciones del caso, es más humilde que la anterior, que ella es más atenta, que ella es más flexible, que ella es más honesta. Honesta con una realidad que no podía dejar de penetrarla, que la penetra aún y que ella asimila íntimamente. El campesino, el labrador, la sirvienta, la muchacha de pueblo, las estancias, los ganados, los arrabales, ciertos modos verbales de Entre Ríos, cierta categoría poética. Y es distinto el tono: ya la nota grave, la exaltación contenida y ferviente, la loca casi religiosa del esfuerzo fecundo, ya la gracia festiva, la intención reivindicativa pero como juguetona.

***

            Se ha relacionado la predominancia de la lírica en nuestra provincia con el carácter poco menos que pastoril de nuestra economía. Entre Ríos, efectivamente, no cuenta con grandes industrias, y las que existen, sin mayor importancia, no pasan ahora por una situación muy próspera. El acento lírico, se dice, corresponde en general a la etapa pastoril. Por eso no tenemos casi novelistas.
            Sobre los nombres de dos revistas –Espiga de Rosario y Sauce de Paraná- escribimos una vez lo siguiente: “Significativos ambos de ciertas características de los correspondientes paisajes –el de Santa Fe y el de Entre Ríos-, tanto que podrían tomarse en determinados modo como símbolo. En un plano menos material se nos antojan aun más sugestivos. Piénsese, por ejemplo, en lo que el sauce en este caso dice de una paz casi insular, algo pastoral, aunque sensible al viento, a todo lo que trae el viento y a las inspiraciones no siempre muy idílicas del agua que nunca se detiene. Piénsese por otra parte en las alusiones de la espiga a un ambiente de posibilidades ricas en muchos aspectos, a pesar de todo; de relaciones relativamente dinámicas y relativamente complejas…. Esto además del abierto cuadro dorado que ella supone, con gestos en general felices o que lo esperan ser en el esfuerzo hacia las respuestas de la tierra y de los propios hombres. Por un lado, pues, podría ser la meditación lírica un poco flotante, y por otro la esperanza también lírica pero de pies seguros sobre los caminos francos que permiten ir muy lejos. Todo ello, por cierto, en relación con una realidad que no puede ser eterna”[1]
            Ese carácter “isleño” de nuestro territorio ha influido indudablemente en el sentimiento autonomista que domina la historia de Entre Ríos y le da un a modo de perfil a nuestro pueblo en la escena de la vida nacional. Pero él supone también ese tipo de meditación que es nuestra lírica más reciente. Una meditación naturalmente elegíaca porque la soledad del paisaje, por razones varias, se ha hecho sentir más. Aunque es cierto que la poesía provincial tiene siempre algo que ver con la elegía. Pero esta elegía es en general clara y armoniosa como el paisaje de Entre Ríos, una punzante sensación, sin duda, de infinito ondulado, de calidad casi musical, o una dulzura discreta, como amiga, un poco huraña, a veces, es verdad, bajo una atmósfera o en una atmósfera muy sensible, muy cambiante. Una sorprendida melancolía, caso, en ese jardín que vieron los viajeros ingleses y que exaltó Sarmiento y que ha sido descuidado y en gran parte destruido, pero que la esperanza, conforme a su destino, puebla ya totalmente de granjas. No todo  sin embargo es elegía en la joven poesía, ni esta elegía es parecida en todos los poetas reflejo muchas veces de otras sombras o de una soledad espiritual que no ha sido todavía superada cuando no de un auténtico drama interior de una cruel fatalidad. Aunque amenazó en un momento diluir algunos talentos encantadores, salvados en cierto modo a tiempo por ele ejemplo de Amaro Villanueva cantando las calles de la ciudad de Paraná.

______

En “Comentarios. Hojillas de laurel.” en Juan L. Ortiz; (1996) Obra Completa. Edición a cargo de Sergio Delgado. 1ª edición. Santa Fe:1996 p.1069-1071




[1] Entre Ríos, desde luego, es también agrícola, pero en general ha sido más ganadera o por lo menos la influencia de los hacendados se ha hecho sentir más que la de los agricultores en su vida económica y política. Y lo es ahora más. Las ovejas y las vacas son hoy casi los únicos habitantes de sus campos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario