sábado, 31 de agosto de 2013

[Traveseando] El vaso no quiere asomarse - El tenedor que se perdió dos veces / Ricardo Zelarayán

El vaso no quiere asomarse

La vieja botella, que nunca se arruga, me dice siempre que yo no soy más que un vaso de docena, lo que es mucho decir porque quedamos nueve.
¿Pero qué podré entender yo de viejas, de arrugas y de docenas? Lo que yo sé es que hay un borde al cual no conviene asomarse.
Debajo del borde de la mesa está el abismo...
Aunque siempre, hasta ahora, hay manos cerca que nos salvan. Y tampoco sé si esas manos son mías o de otros.
La botella vieja me ha dicho también que ella y yo somos inventos difíciles de mejorar, que tenemos una historia larga y que si no existiera el vidrio no seríamos nada. ¿Pero por qué tengo yo que ser vaso y botella ella, en vez de ser vidrio de ventana o de anteojo?
Y bueno, así nos han hecho, por lo menos a mí, con la boca siempre abierta para llenarnos. Por eso nos cuidan tanto, le digo a la vieja botella. Pero ella no me deja hablar ni quiere oírme, porque sabe que soy un vaso de una docena de nueve, ¡vieja bruja!

Está bien que los chicos me llenen de arena después de tomar la leche. Está muy bien que me pongan una rosa, alada, inquieta como una llama. La música de la cucharita despierta alegremente mi corazón adormecido. Me encanta cuando me llena la lluvia, y si no fuera por ese maldito borde, me escaparía al patio o al balcón cuando oigo llover.
No es cuestión de llenarme con lo primero que venga. Porque boca abierta arriba como soy me ha caído de todo. Boca abajo, en cambio, he conocido una luciérnaga.
Perdón, una hormiga me hace cosquillas en mis labios siempre abiertos. No te caigas porque no podrás salir hasta que me laven...
Y ahora me hacen rodar en medio del agua: me están lavando. De paso, muy de pasada, conozco una copa mimosa y muy mimada.
¿Será mi novia? Yo no sé nada.
De pronto me dejan solo. No veo ni el borde. No hay una mano. No se oye ni el rezongo de la vieja botella. ¿Qué estará pasando?
De pronto una botella de cuello largo. Más fea que los anteojos... No gané nada.



(El bordado pertenece a Guillermina Baiguiera)


El tenedor que se perdió dos veces

Un tenedor perdido es siempre más que una media o un zapato que se pierden. Siempre se dice que del dicho al hecho hay mucha distancia. Mucha más que del piso al techo y de una mañana a la otra.

Y era precisamente una mañana, una hermosa mañana, cuando una rubia naranja cayó naturalmente de su árbol y fue rodando hasta las puntas de un tenedor que no tenía nada que hacer porque se habían olvidado de él el domingo anterior.
El benteveo, que contemplaba la escena, dejó de cantar desconcertado al ver ese extraño objeto que brillaba al sol, y pensó que nada bueno podía esperarse de ese brillo extraño ni de esa naranja que corría hacia él (el tenedor) como un corderito incauto hacia la boca del tigre... Pero nada malo podía esperarse de un tenedor perdido, sin una mano que lo empuñara.
Como nada se pierde en la naturaleza, muy pronto la naranja se cubrió de hormigas, porque el impasible y deslumbrante tenedor asustaba a los pájaros tanto como los ojos de los gatos por la noche.
Después siguieron cayendo naranjas maduras y las hormigas acudían de todas partes. El tenedor al sol era el guardián de ese festín y los pájaros, intrigados, no se atrevían a acercarse.
Por último, el pasto cubrió al tenedor y todo volvió a ser como antes. El objeto civilizado dejó de brillar y la naturaleza comenzó su lento trabajo para hacerlo suyo o, por lo menos, para tragárselo o atraparlo, cubriéndolo de tierra, de raíces y de hojas.
No se sabe exactamente lo que pasó después. Tal vez lo pisó un caballo al galope y saltó como una langosta, pero lo cierto es que un buen día el tenedor apareció sobre una piedra ante los ojos de Perico.
Y como nada se pierde en la naturaleza, el tenedor perdido en el bosque pasó enseguida a la bolsa de objetos encontrados por Perico.  Allí fue a parar junto con bolitas, piedras, corchos, naipes sueltos, plumas, entre éstas una legítima de ñandú, no arrancada de un plumero. Pero como Perico sabía que el tenedor corría riesgo, lo escondió cuidadosamente en el fondo de la bolsa. Tengo un tenedor, un tenedor de verdad, pensó primero. Después comenzó a dudar: ¿qué es un tenedor sin un cuchillo?
Enseguida su pensamiento entró a correr, a volar... Ahora tengo que encontrar un cuchillo... Después una mesa... Después una silla... Después una casa... ¡Epa! Con la casa la cosa se complicaba mucho.
Y no pensó más. Al fin y al cabo, un tenedor de verdad no es una cucharita cualquiera y, pensándolo bien, es más que una cuchara... Aunque por el momento el tenedor sólo le servía para mirarlo o para empuñarlo y pinchar el aire, un corcho, la pelota o el gato, todo a escondidas.
Otra posibilidad de usarlo era mostrarlo. A un amigo, a mí. Pero no se lo digas a nadie. ¿Qué se puede hacer con un tenedor solo?, me preguntaba.
Y bueno, primero juguemos a quién lo clava más lejos en la tierra. Después usémoslo como rastrillo, para escarbar un hormiguero... (¡ay! ¡cómo nos picaron!) o como peine para peinarnos.
Un día que almorzábamos al aire libre con nuestros padres, Perico se las ingenió para comer con el tenedor encontrado, escondiendo el otro en el bolsillo. Yo no podía más de la risa, pero nadie se dio cuenta.
AI final casi casi nos convencimos de que un tenedor encontrado era mejor que una bicicleta regalada.
Pero alguien habló, alguien más envidioso que yo les contó a los otros chicos.
Y cuando todos los chicos se enteraron, cada uno trató de encontrar un tenedor… De cualquier manera, lo más rápido posible.
-Este es mejor que el tuyo, es un tenedor de plata —le decía un chico a Perico.
-Y yo encontré dos  -decía otro.
-Eso no vale, mi tenedor me encontró a mí. Yo no lo busqué -respondía Perico.
Se había desatado una tormenta de tenedores. Alguien tenía que pararla.
El ruido que hace un tenedor al caer en el piso es inconfundible. Un buen día, el padre de Perico le dijo con toda naturalidad:
-¿Qué tal si te cambio tu tenedor por un tren eléctrico?
Y el padre de Luisito a su hijo:
-Te cambio tu tenedor por una guitarrita eléctrica.
Y el padre de Garlitos:
-Te lo cambio por un pianito eléctrico.
Los chicos quedaron electrizados.
Todo terminó bien, ¿bien?, pero el tenedor
de Perico no entraba en ningún juego de cubiertos.
Perico encontró la solución: perderlo en el mismo lugar del bosque donde lo había encontrado.
Perdido por perdido, era lo mejor.

_______
La primer edición de este texto fue: Traveseando, Colección La manzana roja, Editorial Kapelusz, Buenos Aires, 1984.

Para esta transcripción se ha seguido la incluida en Ahora o nunca. Poesía reunida. 1ª edición. Editorial Argonauta. Buenos Aires:2009. Pp. 75-92 y la de Eloísa Cartonera en su Colección Nueva narrativa y poesía Sudaca Border. Buenos Aires:2010.

No hay comentarios:

Publicar un comentario